«Ya está, ya está”… La primera reacción del Messi campeón del mundo, la primera reacción consciente, con cierta dosis de racionalidad, fue haber tomado dimensión del significado del logro y del lugar que ese título tan buscado, tan soñado y tan sufrido lo ponía a él en términos históricos. Leo hizo contacto visual con su familia, que enloquecía en el palco de Lusail de Doha, porque nadie como ella podía comprender sus desvelos, y quizás ahí mismo haya sentido lo que seguramente él intuyó y entendió más que ninguno: las leyendas se forjan en el día a día de los campeonatos locales y continentales, pero la gloria verdadera vive en los Mundiales.

Messi construyó un imperio en base a logros personales inigualables desde la contundencia de los números y la trascendencia de sus hazañas en el Barcelona, traducido en títulos en España, en la Champions League y en el Mundial de clubes. Tan grande es la obra de Leo a nivel clubes, que figuras de enorme peso en el fútbol mundial lo eximían de la necesidad de ganar un campeonato a nivel selecciones para ser considerado entre los mejores -sino el mejor- de todos los tiempos.

Messi en andas, en Qatar.(AP Photo/Martin Meissner, File)Messi en andas, en Qatar.(AP Photo/Martin Meissner, File)

La discusión dominó los mejores años de Leo en Catalunya. El océano Atlántico ofició de grieta: en Europa hasta se cuestionaban las voces críticas que se oían cada vez más fuertes en Sudamérica, por la evidente diferencia de nivel entre el Messi de allá y el Messi de acá (que no era su absoluta responsabilidad, claro, pero que le tocaba la peor parte por tratarse de ser quien es), con la comparación con Diego Maradona como ariete.

Para adentro

Las opiniones, como tales, son todas válidas. No se trata aquí de revivir una discusión que ya murió, pero sí vale señalar que el primero que se sentía incómodo con esa sentencia era el propio interesado. Nadie más que Messi deseaba ganar el título del mundo, nadie lo deseó más, ni hizo más por conseguirlo. No porque lo necesitara para incluirlo en su perfil de Linkedin, sino porque sentía esa falta de títulos en la Selección Argentina como una deuda personal.

Semejante jugador, de semejante calidad y de incidencia en el juego (en términos de peso individual, quizá como ningún otro en la historia) tenía que ser capaz de escribir esa página, la más difícil, la más linda, para llenar su propio álbum. El fútbol no le debía a Messi un Mundial, como les gusta decir a muchos, era Messi el que se debía (antes a sí mismo que a los demás) levantar esa copa esquiva, caprichosa, que a él tanto le costó tener en sus manos y sentirla propia.

El calvario al goce

Después de cuatro mundiales que fueron un calvario para él, después de varias Copa América igual de amargas, Lionel Messi pagó todas las cuentas en una sola ronda. Ganarle la final a Brasil en el Maracaná fue una plataforma enorme; el Mundial de Qatar borró todas las amarguras y los sinsabores de un trazo. Más que el triunfo en sí, más que el resultado que le da la razón al ganador, fueron las formas en las que lo hizo.

Maradona en 1986 y Messi en 2022. AFP.Maradona en 1986 y Messi en 2022. AFP.

Contradijo todos los libros, y a los 35 años, mientras la mayoría de las estrellas ya está regando las plantas, Messi jugó en plenitud. Su última gambeta, quizá la más importante, fue a la decadencia. Decisivo en cada partido no sólo en lo futbolístico, también en el liderazgo mental, de un equipo que lo siguió sin pensarlo. Que lo ayudó, lo cobijó, pero que se nutrió de la zurda de siempre, pero también de un espíritu combativo nunca visto en él, visceral, maradoniano pero en sus propios términos, de saber conducir con la voz y con el cuerpo. No fue de un día para el otro: la génesis que se vio en la Copa América de 2019 se hizo presente en Brasil 2021 y explotó en Qatar. La vulgaridad es un lujo, dijo, y nos conquistó.

La última evolución, la que le faltaba, era construir un equipo ganador desde las cenizas de Rusia 2018. Si en Barcelona nunca comió mierda salvo en el final (Leo llegó a un equipo armado, que él supo llevarlo hasta la estratósfera), en la Selección aprendió que primero hay que saber sufrir. Y vaya si lo hizo.

Pase maestro…

Entonces ya está. Si algo le faltaba a Leo para entrar en el Club de los mejores de todos los tiempos, con el Mundial bajo el brazo ya llenó todas las formalidades, y con creces. Otra vez: el orden de jerarquías es aleatorio, cada quien tendrá su opinión, en ese juego ¿imposible? de comparar, además de atletas, épocas, logros, características, momentos, contextos, compañeros, y meterlos en una licuadora para ver cuál jugó es el más dulce.

Messi y Maradona, en Sudáfrica 2010.
EFE/EPA/VASSIL DONEVMessi y Maradona, en Sudáfrica 2010. EFE/EPA/VASSIL DONEV

Por lo pronto, Leo entra a un salón en el que Alfredo Di StéfanoJohan Cruyff (que no ganó un Mundial, ojo), Pelé y Diego Maradona le hacen un lugar. Como todos, marcó una era, creó cultura, cambió el juego, lo hizo más bello, rompió estructuras y al final construyó unanimidad a su alrededor. El mismo Cristiano Ronaldo admitirá, muy dentro de sí, que Leo Messi es el puto amo de este tiempo. Fue Maradona en vida el que siempre defendió a Messi, y hasta dijo varias veces que fue mejor que él. Diego estará contento con este logro y seguramente le diría lo que él mismo le dijo a Ricardo Bochini en el ‘86: “Pase, maestro, lo estábamos esperando…”.

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