En enero, EE.UU. creó medio millón de empleos netos (el dato más confiable dice que 355 mil por mes en el último trimestre) y enterró la sospecha de la anemia en ciernes. En su reunión inaugural del año, Jerome Powell anunció el comienzo de la desinflación (chocolate por la noticia) pero trascartón la inflación le respondió con un desplante (o tres) en público. Los precios al consumidor treparon 0,5%, como no sucedía desde octubre. Los mayoristas se dispararon 0,7%, lo que no pasaba desde junio. Y los precios de exportación ascendieron un escalón más, 0,8%. Habían bajado todos los meses desde junio. La inflación importada sí menguó, 0,2%, pero, a juzgar, por el violento cambio de voltaje del discurso de la Fed, poco importó.
La desinflación no es una ilusión óptica -fue la historia dominante del segundo semestre- pero enero sugiere que no procede a la velocidad auspiciosa de octubre-diciembre. Eventualmente, el mercado de trabajo al rojo vivo, y la reinserción de China a la actividad plena (tras el abandono de la política de tolerancia cero hacia al covid), podrían traer consigo otra oleada nociva de precios en alza. Y habrá que sosegarlos. “La inflación no terminó de aterrizar pero la economía estadounidense vuelve a despegar”, se tituló aquí después del informe de empleo. Y con razón.
Las caídas del consumo en noviembre y diciembre y de la producción industrial (que incluyó también a octubre) se revirtieron en enero. ¿Será así? ¿O es un espejismo, fruto casual de distintos cambios de metodología en las estadísticas? No hay señal más increíble que la fortaleza del mercado laboral. No obstante, su vigor se puede constatar de forma independiente. Más allá de los despidos crecientes que realizan las grandes compañías, los pedidos iniciales de subsidios por desempleo se hundieron debajo de los 200 mil desde la segunda semana de enero. Como si fuese más fácil conseguir un nuevo trabajo que gestionar la subvención. Y la cifra no tiene secretos. Solo exige sumar los nuevos expedientes.
“La economía se salió del mapa y la FED avisa que deberá frenarla”. Así rezaba esta columna una semana atrás. En efecto, una tasa de desocupación de 3,4% está fuera del mapa de puntos del banco central, un borrador (grosero) de su presumible hoja de ruta. Es demasiado magra, y se reduce cuando debería incrementarse (a 4,6% hacia fin de año) para ayudar a contener el peligro de un desborde de precios persistente. Que la inflación haya mermado igual –desairando a la llamada Curva de Phillips– tiene a Powell y su gente sin cuidado. Simplemente, la dinámica no les gusta. Y el salto de precios de enero les agradó menos, y los cebó más. Hubo que tomar lista entre los altos funcionarios que se turnaron para hablar en público. Se sabe, la comunicación es un arma. Y la blandieron la gobernadora Bowman y los presidentes de distrito Harker, Barkin, Bullard, Mester y John Williams, que además pilotea la mesa de operaciones de la Fed. ¿Quién se acuerda de cuando un banquero central era alguien a quien no se le conocía la voz? Hoy es al revés. Como no se quiere sorprender a nadie, hasta el más distraído conoce ya la irritación oficial. Pero se incorporó un dato más.
Una suba de fed funds de medio punto estará en discusión en la reunión del 21 y 22 de marzo. Ya lo estuvo en la de enero, dijeron James Bullard y Loretta Mester quienes abogaron por ella sin éxito. O sea, la Fed avisa con más contundencia. Que el S&P500 se preserve sobre los 4 mil puntos, después de la notificación, también denota firmeza. Pero su militancia es de otra liga (a 15% de sus antiguos récords), la de los que pestañeará primero si la cosa se pone brava. Vale decir, si la inflación de febrero no agacha la cabeza y el medio punto, ahí sí se toma en serio como la alternativa favorita del menú.