Lo mejor es no confiar en nadie hasta que sea CFK quien ratifique o rectifique lo que ya anunció categóricamente.

Los tiempos de la política no siempre se corresponden con las ansiedades externas y hacia su propio interior. Se trata de administrarlos. A veces se lo hace bien. Y a veces, muy mal.

El problema dramático del entramado gobernante, parecido a una oposición de sí mismo, es antes lo que se proyecta que la actualidad.

Si Cristina resolviera presentarse por estimar que la historia sólo le deja espacio para aceptar lo que dijo que no quiere o que le impiden, la conclusión facilista es que se sanseacabó porque el proyecto es ella.

Sin embargo, sí no tiene retorno que también es ella quien manifestó lo inviable de encontrar alguna salida individual, expeditiva, mágica, para el caso encarnada en su persona.

Por eso es inadmisible que ella urja a ponerse de acuerdo en un programa de gobierno y recoja, por toda respuesta, el grito de “Cristina Presidenta”.

No debería interesar, en modo prioritario, que la oposición se haga una fiesta preguntando cómo es posible que siendo gobierno no ejecuten o no acuerden un programa ahora mismo. Y por favor, seamos francos: la oposición lo mira relajada (digamos), pero no hace falta ser un analista profesional para inferir que una mayoría de “la gente” se lo interroga entre sufrida y estupefacta.

Otro tanto vale para los cálculos de tribus K.

Uno de ellos es que “si va Cristina, podríamos arrimar al 40 por ciento. Y la derecha podría dividirse por debajo del 30, para ganar en primera vuelta”.

Increíble, o debería serlo.

De hecho, nada menos que en las presidenciales de 2019, con firme viento de cola, el binomio de ambos Fernández perdió en todos los distritos principales, con excepción de la provincia de Buenos Aires y Tucumán. Perdió contra los cambiemitas en Ciudad, Córdoba, Santa Fe, Mendoza y Entre Ríos.

¿Qué cuenta de locos están sacando para trazar que con un huracán inflacionario de frente se ganaría en las primarias que obran de primera vuelta?

Pero inclusive, contemplando que el loco pueda ser uno, no varía que es Cristina quien convoca a arreglar un programa de emergencia y proyectivo, so pena de que se lleven puesto al país, más que a su figura.

Si es por especulaciones y presunta data (alguna… no tan presunta), hay para hacer varias columnas. No es el objetivo.

Sí vale tomar como entre cierto y verosímil que, si Cristina queda efectivamente descartada como candidata presidencial, quien asoma a la cabeza de expectativas “frentetodistas” es Sergio Massa.

Luego aparece Eduardo «Wado» de Pedro, pero no sobran ni el tiempo ni la plata para poder instalarlo a nivel nacional.

Daniel Scioli tiene una inquebrantable vocación de seguir adelante, pero no se intuye factible que el peronismo/kirchnerismo/progresismo, en su conjunto, vaya a ponerle la garra que ya no le puso en 2015.

Otra chance podría ser Agustín Rossi, un hombre de lealtad demostrada a toda prueba aun con las zancadillas que sufrió, pero ahora resulta que le endilgan ser “albertista”.

Lo del ministro de Economía es mucho más por haberse cargado el equipo al hombro, cuando a mediados del año pasado despuntaba el helicóptero (como señaló textualmente Jorge Ferraresi), que por ser una síntesis ideológica de la vocación gobernante o aliancista.

Massa tiene hambre de poder. No es Alberto Fernández en ese sentido. Juega fuerte en las movidas que hace o dibuja.

Pero tiene el pequeño inconveniente de una inflación disparada con él al frente de la cartera económica, para decirlo con la mayor suavidad.

La hipótesis garabateada en la arena era (¿es?) que Massa podría ofrecerse como el hiperactivo eficiente y capaz de haber contenido el incendio, tras la renuncia de Martín Guzmán.

Después, llegar hacia abril y mayo con un descenso del proceso inflacionario (aquello de que el índice empezaría con 3, lo cual fue un error incomprensible tratándose de que un apostador enérgico jamás anticipa su jugada).

Por último, ser para el FMI, para el establishment local o buena parte de él y, claro, para una porción decisiva del voto fluctuante, el retrato de mejor garantía. ¿De qué? Del “moderado” que puede o podría contener la conflictividad social, porque el peronismo quedaría adentro abarcando el apoyo de la propia Cristina.

Si acaso subsistiera como posible algún punto de ese diseño, no se ve que sea probable. Y como dijo el mismísimo Massa, no es compatible ser candidato y ministro. Por las dudas, su esposa, Malena Galmarini, avisó que “Massa se queda hasta el final, porque el final es cuando se vaya Massa”.

Un Massa que, momentáneamente, no encuentra el eco esperado ni en Washington ni en Brasilia.

El Fondo, además de su ritmo burocrático que está desarticulado con las urgencias argentinas, quiere devaluación. ¿Destinará 10 mil millones de dólares, como desembolso adelantado, a cambio de un profundo agradecimiento nacional?

Lula tiene una gratitud inmensa con Alberto, quien le puso su cuerpo de respaldo cuando estaba preso. Y sabe que Argentina es un socio táctico, regional, de primer nivel. Pero hay mucha diferencia entre eso y que sea un santiamén el apoyo dinerario concreto para prefinanciar las exportaciones brasileñas a un país que no tiene dólares (es decir: los dólares sobran, pero no están en manos del Estado).

Hablando de eso: usar moneda china en lugar de divisas estadounidenses, para importar bienes industriales, es una buena noticia pero no califica festejarlo como una goleada. Afloja la soga al cuello. No es poco. Pero estructuralmente no arregla nada.

Queda como síntesis, no técnica sino política, que el Gobierno está atado con alambre sin que, tampoco, eso signifique abonar un escenario catastrofista.

Pero es imprescindible alguna imagen de unidad que no sea un mero ansiolítico.

Debe ser a fines de lo que dijo CFK, que para “la militancia” es lamentablemente infructuoso porque la oyen. No la escuchan. La miran, pero no la ven. Hay ya varios memes, algunos muy graciosos, que se solazan con la interferencia entre lo que ella dice y cómo se lo traduce desde los deseos de la platea.

¿Se acordaron tarde de que hace falta un programa de gobierno? ¿Tendrían que haberlo pensado y diagramado antes de simplemente ganar en 2019? ¿Abrieron la interna de manera despiadada?

Que sean afirmativas las respuestas a preguntas como ésas, y otras por el estilo, no quita que su convocatoria a acordar ese programa también sea movida prioritaria.

Puede ser veraz que en Argentina no se votan programas, sino liderazgos políticos. Eso también comprende a la oposición, en las actuales circunstancias, porque tampoco tiene una conducción clara. La falsa excepción es Javier Milei, quien solo lidera una franja embroncada pero sin absolutamente ninguna estructura, ni ejecutiva ni parlamentaria, que pudiera sostenerlo en el ejercicio del Gobierno.

Entonces, si se carece de liderazgos firmes, el gesto no suficiente pero sí necesario es presentar una propuesta creíble o asumible como tal, con una candidatura que lo exprese. Y ofrecer alguna medida ejemplar, la que fuere, que recree atención y movilización en los sectores desmoralizados y abatidos.

En el oficialismo, si es por fórmulas, redunda en secundario si es a través de las PASO o con una figura consensuada.

Quizá sea mejor lo segundo porque, como señalaron varios colegas, en el estado actual del peronismo no sería lo más conveniente invitar a los caníbales a comer ensalada.

Y si resultara que el programa y la candidatura convenida tampoco son aptos para convencer ahora y ganar después, al menos se habrá brindado una imagen más digna, más fuerte para enfrentar lo que viniere, más reconstructiva, que la de esta batahola que se ofrece hoy.

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