El corte de Purmamarca es más que un corte: casi medio kilómetro de ruta está cubierto de piedras y rieles, y en cada punta de ese largo tramo hay barricadas. Los manifestantes son más de quinientos, casi todos de comunidades de los pueblos originarios que llegan desde las localidades de la Quebrada y de la Puna. Si bien cada tres horas abren el tránsito —los vehículos deben pasar por la banquina, porque por el asfalto es imposible— a cada lado del piquete se vuelven a formar en poco tiempo largas filas de autos, camiones y colectivos.
Como la provincia amaneció con unos veinte cortes, moverse por Jujuy requiere de paciencia. Cuando abren el tránsito en Purmamarca, los que pasan se encontrarán a unos kilómetros con otro corte en Tilcara, y así hasta la Quiaca. También hacia el sur. Los camiones que van a Bolivia y Salta esperan, varados, y los turistas que no quieren perder su vuelo cruzan los cortes caminando, para tomarse en cada punta un nuevo taxi.
Grupos de unas cincuenta comunidades indígenas sostienen el corte central, en Purmamarca. La mayoría viene pasando la noche a la intemperie desde el viernes pasado, calentándose con fogatas. El sábado un violento operativo policial los sacó, pero volvieron a la ruta. A lo largo del día van haciendo asambleas para decidir cómo continuar con la protesta.
«Queremos que se caiga la reforma, y si es posible que Morales se vaya», dice taxativo Francisco Lamas, envuelto en una campera azul, los ojos rojos por la mala noche y la tensión que se vive en el corte. Llegó de la comunidad de Salinas Grande, que en la bota de Jujuy está del lado del taco, la zona del litio. Dice que la nueva Constitución va a permitir «que el gobierno avance sobre los territorios de las comunidades», que no tienen títulos de propiedad de la tierra, y que «obviamente va a ir sobre los territorios con riquezas naturales». Que el gobernador haya dado marcha atrás con los artículos de la Constitución que más cuestionaban las comunidades no tiene el menor valor. Le desconfían al texto entero.
En las asambleas sólo están participando los comuneros desde que detectaron que tenían policías infiltrados, y los comuneros semblantean un poco antes de dar una entrevista, porque ayer fue la represión en San Salvador y el sostenimiento del corte atraviesa, naturalmente, una guerra de nervios.
Silvia Durán es una de las comuneras. No se saca el barbijo para hablar, y luego contará que en las redes circulan fotos suyas con información falsa; está preocupada. Vive hacia el norte, en la zona de Tilcara y es una de las muchas mujeres que permanecen en piquete donde, coincidirán varios de los consultados, ellas tienen la voz cantante. Explica que el principal motivo por el que salieron a la ruta es que no tuvieron «ningún tipo de consulta previa» ni supieron qué decía la Constitución hasta que se filtraron algunos borradores.
Esta es una mañana de consultas porque sobre los cortes hay un nuevo pedido de desalojo, dispuesto por un juez federal, Diego Matteucci. «Nosotros acá tenemos poca señal y los teléfonos se nos quedan sin batería, estamos sin celulares la mayor parte del tiempo. Cuando llega la gente del pueblo (señala con la mano en dirección a Purmamarca) les digo: ‘¿qué novedades hay?’ Así nos enteramos que en la gobernación hacen responsables al kirchnerismo y a la izquierda de todo esto, pero acá somos pueblos indígenas, independientes, autónomos», remarca la comunera. E insiste: «No nos manda nadie».
Durán parece estar en todo. Una compañera se acerca para preguntarle si hay frazadas para recibir a un nuevo grupo. Ella dice que «ni colchones ni frazadas». Lo que sí tienen, cuenta a Página12, son alimentos que los vecinos les acercaron, «incluidos los comerciantes». Le importa que quede por escrito que tienen ese respaldo social.
Este miércoles fue el año nuevo andino y en el corte se hace la celebración del Inti Raymi o fiesta del sol. Hay una ceremonia, a la mañana, que cierra con un reparto de abrazos. Lamas, el de Salinas Grande, da un apretón y desea que el año nuevo «traiga energía». «La necesitamos para voltear al dictador«, apunta, sin fijarse mucho a quien le toca el mensaje.
Habla de la campaña psicológica que cae sobre los manifestantes. Reciben amenazas que dicen que van a ser secuestrados, que van a tener que pagar las multas que fija la nueva Constitución a quienes corten la ruta («qué hace una familia si le caen 3 millones»), casi todos mensajes por las redes, donde también están circulando las fotos con información falsa. «Por eso algunos de los comuneros están escondidos y de otros no decimos dónde están».
La barricadas, en los bordes del corte, están hechas con lo que había a mano: sobre todo con troncos, ramas y carteles arrancados del borde de la ruta. Sobre ellos ondean whipalas, las banderas de siete colores de los pueblos andinos, una pancarta que dice «No al litio, si al agua», una señal de tránsito que indica que estamos a 64 kilómetros de Humahuaca y que quedó con las patas para arriba. Neumáticos, más piedras, cartones escritos a mano. «Arriba los derechos, abajo la Reforma». Unos evangelistas que pasaron el día anterior clavaron un anuncio que asegura que Jehová está con el pueblo. Y atrás, los cerros, con todos sus colores, verdes o de un anaranjado como ladrillo.
Cruzan el corte turistas con sus valijas y gorritos andinos, y también trabajadores. Una enfermera que viene del hospital de la zona opina en contra de la protesta. «Hay mucha gente que no es de acá», asegura. ¿Y quiénes serían? «Muchos hippies». Hizo una guardia de dos días, y una vez que llegue al otro borde del corte esperará un colectivo para volver a San Salvador.
Milton Méndez vino de la comunidad Vicuñayoc, de Humahuaca. Asegura que la preocupación es por el avance de la extracción de litio que «nos va a expulsar de nuestros territorios».
«Si esa riqueza volviera a la gente, todavía. Pero ya están sacando el litio y no queda nada: si metés adentro de los cerros vas a encontrar que la gente es muy humilde, en todo sentido».
Mabel Soruco es una de las vecinas que hoy vinieron a respaldar la protesta. Es de Tilcara, viajó hasta acá con su hermana y una hija adolescente. Trajeron de casa lo que pudieron para colaborar con el desayuno. Son parte de una movida que, dice, creció después de la violenta represión de este mismo corte de ruta, el sábado pasado.
¿Por qué apoya el corte? Porque nació en la Quebrada y aunque no viva en una comunidad, se siente originaria. «Acá todos somos originarios, vivamos o no en una comunidad». Da en la clave de la identidad de estos cortes de ruta, donde no se habla de los bajos salarios, como en las protestas de la capital de Jujuy, sino de la cuestión de la tierra y del temor a que la extracción de litio contamine las fuentes de agua.
¿Qué van a hacer si la orden de desalojo se hace efectiva? Nadie está muy seguro. La organización en el corte es de tipo horizontal, los comuneros no quieren que se identifique a una o dos personas como dirigentes, porque plantean que los van a descabezar y sostienen que tampoco hay dirigentes. «De a ratos esto parece anárquico, pero de alguna forma se sostiene, cada cual va haciendo lo que hay que hacer».
Un manifestante pide no ser identificado, porque en los allanamientos ilegales que la policía realizó ayer en los barrios de la capital se llevaron presos a varios militantes. «Nos tienen fichados».
La voluntad de la que hablan todos es voltear la reforma de la Constitución y forzar a que, en todo caso, la gobernación llame a un proceso de debate al que sean convocados. «Nos quedamos hasta que Morales caiga o el gobierno nacional intervenga», dice un pibe que le toca hacer guardia junto al montón de carteles, ramas y neumáticos que cortan la ruta. En un rato va a la señal para abrir el tránsito, pero por ahora mira la larga fila de vehículos y espera.
Emiliana, tan joven como él, opina que «estos días son decisivos. Nos quedamos porque las mineras están a la vera de nuestros territorios y de las vertientes de agua que van a los corrales y esto es lo que nos alienta a luchar. Quieren entrar por el litio, por eso no queremos dejar la ruta».