Exigió un ajuste cambiario del 100 por ciento. La negociación política con la conducción del FMI derivó en el 20 por ciento, igualmente perturbadora de la estabilidad. Si se aceptaba el desvarío de Valdés se abrían las puertas del infierno del descontrol de precios.
Cuando un país está atado a un programa con el Fondo Monetario Internacional los responsables del área económica tienen que negociar con tecnócratas del organismo. Es extensa la lista de funcionarios grises que se presentaron ante autoridades nacionales como virrey exigiendo la aplicación de planes recesivos. No hay que ser un genio de la Economía para adelantar que serán un fiasco. Así fue una y otra vez.
En diferentes momentos, en la larga historia del vínculo de Argentina con el FMI, pasaron Anoop Singh, Teresa Ter-Minassian, Alejandro Werner, Claudio Loser, Roberto Cardarelli, entre varios otros. Cada uno carga la mochila del fracaso de acuerdos pactados y fueron desplazados, como sucede en toda burocracia internacional. Acá viene la divergencia sobre la interpretación del motivo del desastre provocado: cada uno de ellos lo justifica cargando la culpa en los gobiernos argentinos, incluso escriben libros sin autocrítica. Sin embargo, el germen de la frustración está en la propia receta económica que con tanto fervor ellos han obligado aplicar.
El caso más reciente y patético, por el nivel de desconocimiento que exhibe sobre las características de la economía argentina, es el chileno Rodrigo Valdés, director del Departamento del Hemisferio Occidental del FMI, responsable de 31 países, entre los que figura Canadá, Estados Unidos, además de los de América Latina y el Caribe. No solamente exigió hasta niveles extorsivos la devaluación, sino que después del fiasco del ajuste cambiario del 22 por ciento, cuando inicialmente el pedido era de 100 por ciento y luego del 60 por ciento, sigue interviniendo en la vida política interna a través de comunicaciones habituales con economistas de la oposición y de la city.
Valdés tiene pergaminos académicos y ha ocupado cargos ejecutivos en Chile. Fue ministro de Hacienda de Michelle Bachelet y antes fue presidente de la junta directiva y del comité ejecutivo del chileno Banco Estado. Trabajó como economista jefe de la Región Andina y Argentina en el banco de inversiones BTG Pactual. También fue economista jefe de América latina en Barclays Capital, gerente de investigación y economista jefe en el Banco Central de Chile y asesor superior del ministro de Finanzas de Chile. Tiene un MBA, una licenciatura en Economía de la Universidad de Chile y un PhD en Economía del Instituto de Tecnología de Massachusetts.
Este currículum no le permite observar que la economía argentina es bimonetaria en un régimen de alta inflación, con escasas reservas en el Banco Central en un escenario crítico por el impacto negativo de la peor sequía de la historia del país, y con un elevado endeudamiento en dólares. Valdés reúne las características de los tecnócratas chilenos que ocupan cargos en el Estado, independientemente de si son de derecha, centro o socialistas. Son conservadores, ortodoxos y fiscalistas, con escasa preocupación por la desigualdad o el impacto social de medidas impopulares. La economía chilena es el ejemplo más potente de esta intervención tecnocrática. La supuesta neutralidad técnica le permitió a Valdés ser un consultor externo convocado por los economistas del PRO con contratos pagados por el Banco Central y el Ministerio de Economía durante el gobierno de Mauricio Macri.
Exhibe un nivel de ignorancia sobre el funcionamiento de la economía argentina que impacta. Minimiza o directamente no considera la velocidad del traslado a precios de una devaluación, y es difícil que haya aprendido algo de la traumática experiencia del ajuste cambiario del día después de las PASO.
Menos mal que la devaluación no tuvo la magnitud que él exigía, incluso hubo casi 30 días de negociaciones empantanadas porque no bajaba del reclamo de un ajuste del 60 por ciento. Hubiera lanzado la economía argentina a la hiperinflación.