Si bien a Javier Milei lo han apoyado más varones que mujeres, no es cierto que la masa de votantes sea en su totalidad misógina. Incluso una parte de ese electorado femenino expresa, en sus propios términos, rechazo por el machismo. Por eso se las ingenian para evadir o bajarle el precio a las expresiones y decisiones misóginas del líder. Y lo hacen por medio de las maniobras habituales para fingir demencia, que tampoco se diferencian tanto de las que se llevan a cabo en cualquier otro espacio político lo suficientemente convocante como para contener tendencias heterogéneas y hasta, en ciertos temas, contradictorias. Esto mismo se puede decir en criollo: entre las fuerzas del cielo también se tragan sapos.
Pero sí es cierto que a la campaña se la puso al hombro un núcleo duro, que sí está compuesto fundamentalistas del mercado, antiglobalistas y acérrimos antifeministas, en constante diálogo con las ideas de las nuevas derechas que circulan internacionalmente. Ese núcleo festeja cada aparición del león auténtico, tanto como las caricaturas que postea en las que se autopercibe como un rey de la selva martillando la bandera de la Unión Soviética. Aún así, en las cabezas de muchas de las personas por fuera de ese círculo es posible que, post Davos, haya quedado rebotando la pregunta de en qué mundo vive el Presidente.
«La primera de estas nuevas batallas fue la pelea ridícula y anti natural entre el hombre y la mujer. El libertarismo ya establece la igualdad entre los sexos. La piedra fundacional de nuestro credo dice que todos los hombres somos creados iguales, que todos tenemos los mismos derechos inalienables otorgados por el creador, entre los que se encuentran la vida, la libertad y la propiedad«, dijo en su discurso durante en el Foro Económico Mundial.
«En lo único que devino esta agenda del feminismo radical es en mayor intervención del estado para entorpecer el proceso económico, darle trabajo a burócratas que no le aportan nada a la sociedad, sea en formato de ministerios de la mujer u organismos internacionales dedicados a promover esta agenda», sostuvo ante los empresarios más poderosos del mundo, incrédulos en su butacas.
Milei llegó al poder haciendo gala de su desprecio por la ampliación de derechos en general, y la agenda del movimiento de mujeres en particular, incluso la más básica (“la violencia no tiene género”, “no existe la brecha salarial”). Sus críticas a lo que suele llamar “ideología de género” son libertarismo en estado puro, un ítem entre las preocupaciones de las neoderechas radicales de todo el planeta.
Esa matriz ultraconservadora y antiderechos de Milei, especialmente ensañada contra cualquier crítica a la desigualdad estructural (sea por cuestiones de género, racistas, de clase) se retroalimenta del trabajo de ideólogos como Agustín Laje, uno de los voceros de las derechas alternativas, que escribió El libro negro de la nueva izquierda en 2017, un año antes de la explosión mediática de Milei.
El joven, cautivador de centennialls, que hasta hace no tantos años era caracterizado como la “derecha de la derecha”, es un influencer que reescribió su propia versión de los 70 en clave de guerra de los dos demonios y viajó becado a Estados Unidos a formarse en “tácticas contra el terrorismo”. Es uno de los grandes difamadores de la “ideología de género”. En alguna medida en aquel libro ya estaban los indicios del programa de gobierno de LLA. Allí Laje asegura que ese muy amplio espectro que el libertarismo considera “colectivismo” ha ganado en occidente la batalla cultural. Es decir, que estuvimos viviendo en la patria socialista sin saberlo.
Sugiere dar una batalla contra la mirada progresista, que considera hegemónica, en los medios, las universidades, los organismo estatales. La lucha en defensa de los enunciados y valores (familiares, por ejemplo) del sentido común es desigual, según Laje, porque del otro lado se encuentran “los inmensos caudales de dineros privados, de fundaciones de magnates como las ya mencionadas, financiando a intelectuales socialistas por doquier, brindando becas universitarias, armando think tanks progresistas, patrocinando libros y conferencias a todo propósito izquierdizante”.
Tal como antes lo hicieron Trump y Bolsonaro, acá los motores de LLA supieron beber de la radicalización del lenguaje de las redes y levantar la compuerta a la incorrección política para dejar pasar “el pensamiento del hombre común” contenido, aparentemente amordazado. Destaparon la olla de ideas racistas, homofóbicas, misóginas que ya circulaban en la deepweb, pero también en los foros de los portales de noticias más leídos del país.
En paralelo a eso, los feminismos no encontraron cómo convocar a esa porción de la juventud, de compensar o discutir con aquella restauración conservadora que se gestaba por lo bajo.
Habrá que preguntarse por qué esa idea de que estuvimos viviendo en la panacea de la corrección política, que Milei vociferó en Davos, conecta con la charla de ascensor. En Argentina, Javier Milei encontró cómo arrogarse la representatividad de estos sectores. Pudo canalizar ese resentimiento, en parte, por medio de asociaciones que vinculan sexualidad con violencia o violación (las sábanas de la señorita, los niños envaselinados dejados en manos del estado pedófilo).
Una porción de ese universo masculino que no optó por devenir “aliado”, tomó otros caminos para identificarse con ofertas políticas que dan la impresión de jugar la carta de la provocación. Una propuesta que se presenta como una nueva forma de rebeldía, que otros espacios ya no pudieron darle.