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Mirtha Legrand y lo obsoleto del Coloquio de IDEA

Entrevistada a la salida de la UBA de Arquitectura, donde recibió un titulo Honoris Causa y bancó el reclamo universitario ante los vetos de Javier Milei, Mirtha Legrand le pidió a la comunidad educativa que «no bajen los brazos, la universidad merece todo el respeto, toda la ayuda. Estamos viviendo un momento muy dificil». Más allá de los matices y contradicciones que admite -como casi todos los personajes populares-, la diva demostró un nivel de conexión con la problemática social respetable. Primero, por su propio estatus social; segundo, porque los que se mueven en esos niveles de vida no suelen jugar cartas fuertes fuera de la caja. Su posición, de todos modos, no es un hecho aislado: ya en su mesa demostró saber cuánto significa para una familiar pagar 100 mil pesos de tarifas, o qué está mostrando del escenario actual un grupo de trabajadores que cruzan las vías o saltan molinetes para no pagar el tren o el subte. 

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En el fondo, lo que hace no es nada extraordinario y tampoco supone, a primera vista, ninguna transformación ideológica. Mucha gente es comprometida. Lo que lo hace relevante son los contrastes. Casi a la misma hora en la que Legrand se expresaba en ese sentido, la tribuna del Coloquio de IDEA -el evento empresario de más pompa del país- aplaudía y se reía mientras el ministro de Economía, Luis Caputo, y otros funcionarios del Gobierno insultaban a la oposición y hacían un culto al ajuste social sobre la población. A decir verdad, lo de IDEA no es nuevo: las coberturas del evento marplatense, vistas en perspectiva histórica, configuran un polo de ceos que fue perdiendo a los dueños, instalando un mitín de gerentes y, sobre todo, con un mensaje político y social que es una pintura en sepia. Una especie de logia que se cierra a voces críticas, que prioriza una agenda del poder económico descontextualizada y hasta obsoleta. Además, y lo importante: un lugar donde nunca se debaten los resultados sociales de aplicación de diferentes políticas económicas. 

Esta edición del Coloquio se titula «Si no es ahora, cuándo: transformar, invertir, sostener». La frase parece salida de la factoría libertaria o de uno de los repetidos pedidos de Caputo al establishment. Algo por el estilo: por primera vez, un empresario muy afín a Milei, se encargó de hacer una reunión sin riesgos para el Presidente. La referencia es para Eduardo Bastitta Harriet, dueño de Plaza Logística y hombre que se encargó de buena parte de los controles a la elección bonaerense de La Libertad Avanza. No es casual que en los pasillos se hablara de un Coloquio que «es casi un house organ del Gobierno»

En la burbuja de IDEA se debate acelerar el ajuste o confirmar que el rumbo es el correcto, mientras la sociedad y la política parecen empezar a debatir los alcances y daños del ajuste: no sólo lo muestran las encuestas, que preocupan al Gobierno, sino cuadros opositores extra PJ, como Miguel Pichetto, que se preguntó hace días dónde nos lleva el ajuste del Gobierno; o Elisa Carrió, que le espetó al ministro de Desregulación, Federico Sturzenegger, que el modelo anti industrial «es Martínez de Hoz puro». 

«Ovejas negras», casuales fallas en la matrix

Los pocos episodios de opiniones diferentes a las del lugar común se dieron, en IDEA, por errores en la planificación. O cuestiones y reacciones inesperadas para los organizadores. Uno de los últimos hechos en ese sentido fue la aparición de Sebastián Ceriá, matemático y el dueño de Fundar, quien en el 58 Coloquio, con el lema «Ceder para crecer», se plantó y consignó que «los primeros que tienen que ceder son los empresarios». Generó murmullo en la platea y fue noticia. 

Otro que rompió el molde fue el dueño de la textil El Cardón, Gabo Nazar. En la edición 47 del Coloquio, año 2011, aseguró que «los empresarios argentinos son una maquina de fugar dinero». Otro ruido incómodo

Años más tarde, el sacerdote jesuita Rodrigo Zarazaga, de fluidos contactos con el sector privado, cuestionó en el Coloquio del 2016 a los que dicen que «los beneficiarios de los planes sociales no quieren trabajar». Y luego, en 2019, Carolina Castro, la primera mujer en la mesa chica de la Unión Industrial (UIA), consideró ante esa misma platea como central el rol del Estado y hasta se animó a hablar de «distribución de la riqueza».

En ese tren de rebeldes, también apareció el ex titular de Toyota, Daniel Herrero, que fue el creador de aquel lema de «Ceder para Crecer». Lo hizo con el sentido de interpelar a los poderes que están más allá de la habitual crítica empresaria al Estado y los sindicatos. Herrero fue, siempre, un cultor de no esquivar los debates sobre el rol del poder real. Todas estas posiciones, en el escenario de contraste con IDEA, pintan de cuerpo entero uno de los grandes dilemas argentinos: si hay una burguesía nacional que esté a la altura de una reconfiguración de roles. Una burguesía que no sólo pulsee como un actor de la política para obtener beneficios, sino que comprenda que ese tamaño, el de ser protagonista de la puja de poder, también la obliga a mirar más allá. 

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