La trágica muerte del cantante y compositor inglés Liam Payne, ocurrida esta semana en Buenos Aires, trajo aparejadas una serie de reflexiones acerca de las consecuencias que provoca el ingreso temprano de jóvenes al mundo del espectáculo. En especial, sobre los efectos que provocan la fama, el uso incesante de las redes sociales y la vida en cierto modo ficticia que éstas presuponen.
El ex cantante de One direction, que falleció en un confuso episodio de drogas luego de caer desde el tercer piso de un hotel en Palermo, había ingresado a la industria de la música cuando tenía 14 años y el bigote era apenas una sombra diminuta en su rostro y en el de sus compañeros de la banda pop.
En rigor, One direction fue una Boys Band creada en Londres durante 2010 por Simon Cowell, el juez más exigente del programa American Idol. Ese hombre al que le gusta jugar de policía malo en la tele fue, de hecho, quien descubrió a Demi Lovato, otra ex niña prodigio de la música.
Sustancias adictivas como drogas y alcohol, las relaciones tóxicas, la hiperexigencia adulta y un espejo amplificado de la popularidad –es decir, la mirada de los otros cuando la personalidad propia aún no está definida– suelen ser síntomas que golpean en el cuerpo, el corazón y la mente de los ídolos caídos en la industria del entretenimiento.
Los efectos negativos de esta pertenencia pueden ocurrir porque a los artistas les cuesta sostenerse en esa irrealidad que crea el convertirse de la noche a la mañana en rico y famoso. También porque la voracidad del mercado fagocita a las personas-productos y cuando ya no les rinde económicamente, las descartan con la misma facilidad con la que antes les pusieron el foco y las iluminaron.
No incriminar a la víctima
Cada vida vale por sí misma, es única y diferente. Pero una mirada prejuiciosa y generalista tiende a patologizar y peor aún, a incriminar como delincuente a la víctima, al no considerar que detrás de cada biografía individual hay una cuestión familiar y social que la afecta.
No es la primera vez que ocurren estas situaciones problemáticas dentro de la industria del espectáculo. La súbita muerte de la cantante y compositora inglesa Amy Winehouse es un ejemplo paradigmático, lo mismo que la existencia agitada del canadiense Justin Bieber, quien cada tanto aparece en los medios por alguna situación escandalosa.
“En el mismo momento en que el artista se estaba descontrolando, previo a la caída, su Community Manager estaba subiendo una serie de fotos a las redes”, dijo a Página/12 un representante argentino de músicos residente en los EE.UU. quien prefirió no dar su nombre. Payne “aparecía con la novia y paseando por la ciudad como si lo estuviera pasando maravillosamente, con lo cual es fácil darse cuenta de que esa escena doble no sólo genera un engaño hacia los fans sino una confusión en el propio protagonista, quien probablemente se estaría mirando en su telefonito con un presente insoportable”.
“He conocido algunos chicos y chicas que empiezan pronto por real vocación por la música, la actuación o el deporte. Otros –y cada vez más en los últimos años– lo hacen por el deseo de ser una celebridad. La línea que separa a ambos es muy delgada y el rol de los padres es fundamental. Están los que acompañan y están los que empujan. También están los jóvenes que tienen un apoyo en salud mental y cuando dejan de pertenecer a este mundo se quedan sin sostenes”, aportó el manager.
Lorena Codosea, licenciada y docente de la Cátedra Psicología del Desarrollo Infantil y de la comisión de Prácticas Supervisadas de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba dijo a Página/12: “Hoy por hoy se observa en el ámbito educativo y en la consulta clínica, el incremento de niños y niñas expuestos a imágenes obtenidas por diferentes dispositivos tecnológicos recibiendo información que excede su capacidad de comprender y metabolizar”.
Las infancias y adolescencias “se pasan muchas horas conectadas pero incomunicadas con el riesgo de aislamiento, angustia, ansiedad, profunda tristeza, caprichos que no declinan y aburrimiento. Son sensaciones que impactan en la construcción de pensamiento y lenguaje, y en los vínculos con otras personas. Las consultas de adolescentes con auto lesiones e ideas suicidas han crecido. Sólo por acceder a internet se crea la falsa ilusión de tener a disposición el mundo” dijo Codosea. Y agregó: “Los medios de comunicación proponen modelos inmersos sutilmente en las lógicas binarias del éxito o el fracaso, pareciera que se es, en la medida que uno se muestra, cobrando relevancia la existencia por la cantidad de likes que suman las publicaciones. Se pondera la imagen de la potencia juvenil, no hay límites para las aspiraciones y el cumplimiento de deseos, todo se mide en resultados sin considerar el proceso que se lleva a cabo”.
La sensación de fracaso constante
Segun Codosea, el paradigma del éxito a cualquier costo, “responsabiliza a nivel personal a quien no lo alcanza, lo culpabiliza, genera una sensación de fracaso constante, de auto reproche y de búsqueda permanente de aprobación de otros que ni siquiera conoce”, continuó Codosea. “Es clave el acompañamiento de los adultos responsables, quienes deben ocuparse de cuidar a las infancias y adolescencias para promover en esta etapa vital un desarrollo saludable, reflexionando sobre las prácticas de crianza, implicándose, conociendo”, algo difícil que suceda si padres y madres están subiendo contenido y les dicen a sus hijos que posen o digan tal o cual cosa.
No es extraño que niños y niñas quieran tener su propio canal de Youtube para recibir la mirada de quienes se encuentran atrapados en la virtualidad. Por eso, contemplar los derechos de los niños, niñas y adolescentes es fundamental, lo mismo que estar dispuestos y disponibles a escuchar”.
¿Es el deseo de los niños y niñas estar en tapas de revistas y en pantallas, o es el deseo de los padres y madres?, se preguntó Marta Susavila ante Página/12, productora fotográfica, especializada en niños y adolescentes. “Trabajé durante muchos años con chicas y chicos modelos y actores en estudios de producción de imágenes; los primeros tenían más opciones, pero lo más fuerte era el deseo de los padres aunque el sufrimiento era de los chicos”.
“Tuve actores y actrices que corrían con las fotos, las actuaciones, las obras, las filmaciones y realmente trabajaban y trabajaban durante muchas horas”, prosiguió Susavila. “No es tan cierto que los menores cumplen un horario acotado. Sus relatos sobre los ensayos eran terribles, muchos estaban dominados por sus padres con la sensación de que tenían que trabajar porque la familia necesitaban el aporte de su trabajo. No me olvido de un chiquito que tenía que posar para la tapa de una revista y no quería aparecer. Fueron innumerables las cosas que le prometió la madre si hacía el trabajo. Nosotros no lo obligábamos, a ninguno, así que aunque se postuló muchas veces, no lo volví a aceptar. La vida de estos niños es muy sacrificada y no me extraña que algunos terminen atravesando situaciones límites. Están en la etapa de escolaridad y se los saca del colegio, corren de las clases de teatro a las agencias y a los ensayos. Están demasiado atareados con el peso del sufrimiento y desconectados de sus pares. Creo que para superar esta situación hay que tratar a los padres”.