Fernando «Puma» Martínez se consagró campeón supermosca de la Federación Internacional (FIB) con una actuación descomunal, producto de una excepcional preparación física, táctica y mental que no siempre se ve en los boxeadores argentinos que llegan a un combate de esta envergadura.
Martínez hizo la «pelea de su vida» ante un sólido campeón como el filiipino Jerwin Ancajas pese a que el pleito se pactó hace apenas un mes, lo que demuestra que su condición física ya era muy buena pese a no tener el combate asegurado.
A partir de allí, de un respaldo físico óptimo, se edificó una brillante actuación que lo hizo dominador del combate de principio a fin, superando al filipino en todos los terrenos en la inolvidable noche vivida en el Hotel Cosmopolitan de Las Vegas.
Martínez desgastó al filipino con una presión constante que no supo de pausas ni en el último round, lo llevó a pelear al terreno que más le convenía, lo desbordó con repetidas combinaciones y revirtió las desventajas tácticas como el mayor alcance de Ancajas y su condición de zurdo, algo que suele ser un serio problema para un pugilista diestro.
El pugilista bonaerense, que por primera vez en su vida peleaba a 12 rounds, desbordó al campeón con combinaciones de ganchos, jugándose en los cruces ante un boxeador que había noqueado a seis de sus nueve retadores y no perdía hace 10 años.
En ese terreno, el táctico, pegó más y mejor porque ganó la distancia con velocidad y permanentes movimientos de cintura. Lanzó más de mil golpes (1.046), 421 de poder, según Compubox, una cifra increíble para un boxeador de cualquier división.
Y si la pelea no terminó antes del límite es porque El Puma» no es un noqueador y Ancajas fue un campeón de verdad, que se bancó sufrir mucho castigo, para terminar redondeando una pelea dramática, tremenda, candidata a la mejor del año.
Las tarjetas de los jurados: 118-110 (Steve Weisfled y David Sutherlan) y 117-111 (Max De Luca) reflejaron con claridad la superioridad del argentino, un boxeador de perfil bajo, casi desconocido inclusive para los aficionados argentinos pese a su muy buena actuación como amateur y su pasado olímpico en Río 2016.
El boxeo argentino, en épocas de vacas flacas, tiene un nuevo campeón mundial en una categoría en la que reinaron figuras como Gustavo Ballas. Santos «Falucho» Laciar y Omar Narváez, y buenos pugilistas como Carlos Salazar y Víctor Godoi.
Una herencia que retoma un muchacho humilde, fanático de Boca, que empezó en el boxeo a los 11 años, que estuvo a punto de abandonarlo por la muerte de su padre Abel y que se trazó como objetivos ser campeón mundial y «comprarle una casa» a su madre.
Martínez se consagró en una ciudad que es el sueño de todos los boxeadores y su futuro es promisorio. Ya con 30 años y manejado por un excampeón mundial como Marcos «El Chino» Maidana, tiene que aprovechar este momento y, más allá de una posible revancha con Ancajas (dudosa porque subiría al peso gallo), enfocarse en peleas importantes ante rivales de fuste. Y anoche demostró que está a la altura de estos desafíos.