Y bueno, algún día tenía que ser: Se nos fue físicamente “el Diego”: el “Pibe de Oro”. Ese que disfrutaron los niños contemporáneos de las últimas décadas, haciendo malabares con la pelota o regateando a los rivales y equipo más encumbrados.

Diego nunca dejó ese niño de los cebollitas, ese que debutó en primera a los 16 años. El mismo que lo primero que le salió decirle a Doña Tota, inmediatamente después de salir campeón mundial, fue: “juego para vos, Mamá”

No dejaron de dolerle las carencias de su niñez, pero siempre tuvo bien latente la fortaleza del amor y el esfuerzo de sus padres por aliviarla. Tuvo esa rebeldía del niño que sabe que vencer a los más grandes es inolvidable y por eso juega siempre del otro lado de los grandes; el niño que prueba lo que le dicen que no debe probar, y hace lo que quiere, porque sabe que viene de donde solo se hacía lo que se podía.

Maradona nunca se preocupó por dejar de mostrar ese Dieguito que llevaba adentro. El ídolo de sus compañeritos que “danzaba” con la pelota entre los pozos y los cascotes de la vida en cada cancha. Así vivió el pibe, gambeteando dificultades, en una película que todos vieron o dicen creer que vieron.

De repente, Diego terminó inexorablemente conmoviendo a todos, y volvió a hacer chicos a los que dejaban las clases para mirarlo por la tele y deslumbrase en el mundial de Japón del 79; los chicos boquenses del 81, los nenes napolitanos y los que fueron a la plaza a festejar el campeonato del 86 y salieron a las calles de todo el mundo después de ver en la “tele color” ese gol contra Inglaterra; a los chicos que gritaron hasta quedar afónicos el gol del Cani a Brasil o putearon al del gorrito del banco de suplentes italiano cuando lo vencimos por penales en su propia tierra. Los niños que se sorprendieron de lo que hacía con la pelotita de tenis,  de los rivales que dejaba desparramados por el piso; los que lloraron en cada caída de su vida, y cada vez que sorprendentemente se levantaba de esas caídas.

Primero la generación de chicos de la tele blanco y negro, y después la generación que no conocía los celulares. Los chicos que soñaban más porque veían menos y tenían menos.

Maradona hizo soñar a todos esos niños para siempre; esos niños adentro de los tipos que hoy con la panza de los 40 o los 50 se prenden en el fútbol 5 y quieren meter el gol del triunfo a los ingleses.

Y llamativamente fue precisamente en Inglaterra, en la Universidad de Oxford, donde a Diego le otorgaron un título: “maestro inspirador de los estudiantes soñadores”.

Ya se escribieron y se escribirán miles de cosas de Maradona, con buena o mala leche. La única verdad es que si un ser humano fue y es capaz aún de despertar semejante inspiración de sueños en los chicos, en los pibes, en ese niño que fuimos o en el que llevamos adentro, hace que ya nada sea discutible.

El destino quiso que el último video de Diego sea saludando a un Nene, que enseguida le cuenta admirado  a su madre “¡Me saludó Maradona!”. Pareció que Diego levantó la mano y saludó a modo de despedida física a todos los niños que tenemos adentro. Maravilloso final para esa representación viviente “del sueño del pibe”. Un  extraño y metafórico AD10S de quien irremediablemente, como nuestra niñez, nunca se irá de nosotros.

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