«Arder.» Eso era actuar para María Onetto, una de las intérpretes más destacadas y lúcidas de su generación. Era una distinta. Lograba transmitir la enorme sensibilidad que tenía dentro. Conmovía, movilizaba mucho con poco —un gesto, un movimiento, una palabra—, sin exceso de técnica, y su interior parecía estar totalmente conectado con su cuerpo. Desplegaba en escena todo lo que de la actuación pensaba, que no era poco ni superficial. Reflexionaba mucho, también, sobre la realidad social y política. Brilló en teatro, cine y televisión. Tenía 56 años. Fue encontrada muerta este jueves en su casa.
Su temprana y sorpresiva muerte generó desconcierto, conmoción y tristeza en el ámbito artístico. Según se supo venía atravesando una depresión tras la muerte de su mamá. La Policía acudió a su casa debido a la preocupación de sus familiares porque hacía días que no contestaba el teléfono. La noticia fue confirmada por la Asociación Argentina de Actores a través de Twitter: “Con gran dolor despedimos a nuestra afiliada, la querida actriz María Onetto. Su prestigiosa y nutrida trayectoria incluye trabajos en teatro, cine y televisión. Nuestras sentidas condolencias a sus familiares y seres queridos». Interviene en el caso la Fiscalía Nacional en lo Criminal y Correccional Número 24.
En el último tiempo Onetto estuvo trabajando en la serie Maradona, sueño bendito. También en Ringo, en torno a la vida del campeón argentino de boxeo, Oscar “Ringo» Bonavena, interpretando a su madre, doña Dominga, un estreno próximo de la plataforma Star+. En teatro su último trabajo fue en una versión de Vivi Tellas de Bodas de sangre, estrenada en septiembre de 2022. En el pasado, 20 años atrás, también con dirección de Tellas, había interpretado a Angustias. Estaba entusiasmada por tomar el rol principal, el de la Madre del Novio, en el Teatro San Martín, rodeada de un elenco joven al que, también como una madre, acompañaba en su proceso creativo. Estaba, aparte, muy afectada por el atentado a Cristina Kirchner, que recién había ocurrido. Sentía que algo de la atmósfera social resonaba en el espectáculo.
Era psicóloga, pero Onetto nunca ejerció
Nació el 18 de agosto de 1966. Tuvo una infancia signada por la muerte de su padre, que ocurrió cuando tenía tan sólo un año, y la depresión de su madre por ese motivo. Ella misma estuvo deprimida hace 13 años, cuando descubrió que no quería ser madre. Decía que desde pequeña había expresado sus frustraciones «a través del agua» que salía de sus ojos, y que su carta natal abundaba en ese elemento que simboliza la dimensión emocional del ser.
Cuando llegó al teatro era una joven hipersensible, casi desbordada. Antes, estimulada por su hermana que se había recibido de psicóloga, hizo esa misma carrera. Nunca ejerció, pero la experiencia se filtró en la capacidad reflexiva que imprimió a sus criaturas y a su visión del mundo. En el espacio de Ricardo Bartís, el Sportivo Teatral, encontró la llave para canalizar lo que tenía adentro y volverlo materia artística: descubrió que la repetición engendraba estrategias técnicas para que actuar no fuera simplemente una «catarsis». Se formó, también, con Hugo Midón, Javier Daulte, Augusto Fernandes y Luis Agustoni.
Aunque daba la sensación de que, por ser un traje que le quedaba perfecto, no podría haberse dedicado a otra cosa, no le fue fácil reconocerse como actriz. Fue recién cuando se fue del Sportivo que se lo permitió. El primer director en convocarla fue Rafael Spregelburd, para hacer Raspando la cruz, en 1997. Y el primer protagónico llegó con La escala humana, con dirección de Daulte, Spregelburd y Alejandro Tantanian (2001). La actuación fue, incluso, el único rol que encaró en el mundo del espectáculo.
Arder en el escenario
Sus definiciones sobre la actividad eran muy delicadas; por eso era tan delicado su hacer. Actuar era, para ella, «arder». Una búsqueda que nada tenía que ver con ser otro, que tenía que ver, más bien, con “no ser” para volverse “una materia que expresa y suena, con energía y colores, que impone un ritmo”. Esto decía a Página/12 en 2019 cuando se la podía ver en dos puestas muy distintas, las dos muy buenas: Potestad, de Eduardo «Tato» Pavlovsky, con dirección de Norman Briski, y La persona deprimida, de David Foster Wallace, dirigida por Daniel Veronese. En estos unipersonales, los primeros de su existencia, demostró nítidamente su capacidad para bucear en la complejidad del alma humana, en sintonía con la dimensión social.
Tenía una voz dulce, de volumen bajo, un poco temblorosa, frágil. Un tono de duda: se preguntaba todo y no daba una sola respuesta predeterminada. Incluso en su Facebook, en el que publicaba seguido, era profunda. En otra entrevista, de 2021, definió a la actuación como «necesaria en términos de intercambio de energía», primitiva, y como «la zona» en la que sentía que podía «dar algo concreto a los demás». El servicio se sintetizaba así: «Quiero encontrar una situación de desestabilización y conmoción, pregunta, convocar energías sutiles de la gente, que estén presentes las mías, que no sea sólo un ejercicio racional o catártico o de drenaje de energía o exclusivamente de entretenimiento ir a ver teatro. Lo artístico, lo simbólico es transformador de lo real y lo concreto».
El ACE por Potestad
Ya siendo una actriz prestigiosa y premiada buscaba aprender más, probar cosas nuevas, el riesgo; llevaba a su pasión una premisa de la propia vida: «No estoy interesada en las certezas. Soy alguien con ánimo de transformación de mí misma». En materia de teatro quizá su performance más notable de los últimos años sea la de Potestad, bien jugada, por la que obtuvo un ACE. Era la primera vez que una mujer se ponía en la piel del médico apropiador de niños —el texto había sido estrenado en 1985—. Seguramente, esa Onetto recorriendo un escenario inmenso —el de la sala Caras y Caretas 2037—, saliéndose de su tendencia naturalista, quede guardada en la memoria de los espectadores.
Decía, por aquella época: «Tengo ansias de por dónde voy a seguir evolucionando. Es mi disfrute. Me embolan un poco los actores que no están en ese trip. Es un gran trip: me da satisfacción, una especie de respeto hacia mí misma por estar buscando eso. Si estás ejerciendo un trabajo creativo es imposible no estar ahí. Si no, ¿qué es actuar? Sería como ir a la oficina«.
No la motivaba el aplauso por el virtuosismo. Deseaba que, al verla, el espectador tuviera ganas de hacer teatro. De cada trabajo que hacía tomaba algún aprendizaje. Por ejemplo, de su experiencia en La mujer sin cabeza (2008), su película más célebre —de Lucrecia Martel—, aprendió que el cuerpo era la «prioridad» del actor. La había tenido que asesorar una profesora de yoga porque era «descuidada» en su andar.
La trayectoria en teatro y en televisión
Su trayectoria teatral incluye, aparte de las obras mencionadas, Faros de color, Donde más duele, Muerte de un viajante, Un Dios salvaje, Sonata de otoño, Personitas, Los hijos se han dormido, Los corderos, En lo alto para siempre, Potestad y Valeria radioactiva. Luego de hacer Nunca estuviste tan adorable, de Daulte, la llamaron para Montecristo (2006), su primer trabajo en TV. Bicho del teatro, rompió sus propios prejuicios. Ganó un Martín Fierro. En la pantalla chica también se la pudo ver en Vientos de agua, Mujeres asesinas, Tratame bien, TV por la inclusión, 12 casas, En terapia, Mi hermano es un clon y La celebración, entre otros programas. En cine, en Yo nena, yo princesa, Rompecabezas, Nunca estuviste tan adorable, La vida después, Relatos salvajes y El peso de la ley.
El comunicado sobre un evento de literatura de terror a realizarse el segundo fin de semana de este mes, que anuncia su participación con un pequeño retrato suyo, en un circulito a la izquierda de la pantalla, acentúa la tristeza. Igual que reencontrarse con esta frase suya de hace tres años: «Hay mucha discusión de si el arte cambia algo o no. Creo que sí. Tarda, seguramente. No sé si me van a seguir tocando textos así más adelante, ojalá. Obras peligrosas o vueltas peligrosas por un director o actor, en términos de que no estés tranquilo. Que estés interpelado y a la vez disfrutando». María Onetto llevó a sus espectadores de la mano hacia un dulce peligro, y eso se extrañará.