Existen dos ideas dominantes en el debate político acerca de la explicación de una inflación elevada y persistente de la economía argentina:

 

  1. El déficit fiscal y la expansión monetaria, visión que la ortodoxia considera como única y excluyente de cualquier otra variable. Ofrece como solución un fuerte ajuste del gasto público para alcanzar el superávit de las cuentas públicas y, por lo tanto, define además una restricción firme de la emisión de dinero. El concepto básico es que la inflación es un fenómeno exclusivamente monetario.
  2. La concentración económica, uno de los factores preferidos de ciertos sectores de la heterodoxia tuvo respaldo político en la última exposición de Cristina Fernández de Kirchner. Las compañías dominantes abusan de los consumidores subiendo los precios en forma permanente. La solución se encontraría en un Estado que estableciera multas y sanciones para limitarlos. A la vez que generara condiciones de competencia o que directamente impulsara empresas estatales de alimentos. El supuesto central es que la posición dominante de monopolios o duopolios en mercados de insumos y de bienes de consumo masivo es la causa principal de la inflación.

 

La propuesta extrema de la versión ortodoxa considera además que como la moneda nacional se devalúa en forma permanente tiene que ser sustituida directamente por el dólar, lo que derivaría en un ajuste fiscal todavía más fuerte. Entrega a cambio la promesa de una solución rápida como fue la convertibilidad para terminar con la hiperinflación. No sólo se sabe cuál fue el desenlace dramático de esta experiencia de bonanza ficticia y alivio inflacionario temporario, sino que la dolarización sería peor porque encerraría la política económica en una jaula para tirar la llave afuera. Sería un camino tortuoso de no retorno y un mazazo fulminante al poder adquisitivo de la mayoría de la población.

Se probó con casi todos los ingredientes y con sus opuestos para bajar la inflación

A lo largo de casi 50 años hubo de todo en términos políticos y económicos y, salvo breves períodos de cierta estabilidad de precios, la inflación ha sido el factor dominante de la realidad económica:

 

  • Hubo gobiernos de dictaduras y de democracia.
  • Hubo presidentes radicales, peronistas y de derecha con Macri.
  • Se aplicó reducción y expansión del gasto público en relación al Producto.
  • Se registró una mayor o menor intensidad en la emisión monetaria respecto a la evolución de la actividad.
  • Se definieron congelamientos o aumentos impresionantes de tarifas de los servicios públicos.
  • Hubo salarios reales altos y bajos en pesos.
  • Endeudamiento externo descontrolado y desendeudamiento pronunciado.
  • Estuvo y no estuvo el FMI auditando la política económica doméstica.
  • Se anotaron el máximo y el mínimo salario mínimo en dólares de Latinoamérica.
  • La economía tuvo tipo de cambio fijo y otras veces administrado.
  • Hubo mercado de cambio libre y también controlado.
  • En pocos momentos hubo tasas de interés reales positivas y en gran parte hubo negativas.
  • Se registró un mayor y un menor grado de concentración económica.

 

O sea, hubo de todo y para todos los gustos. Se instrumentaron planes de estabilización con escaso éxito, y aquellos que lo lograron fue por poco tiempo.

El desafío de pensar un poco por fuera de los propios límites

Si en este extenso lapso hubo estas diferentes y variadas características que abarcan a casi todo el abanico de posibilidades, por qué la economía argentina transita por un muy largo ciclo de subas de precios en un contexto mundial de inflación reducida, con la excepción del que se está transitando a partir del año pasado por el shock alcista en los precios internacionales de energía y alimentos con la guerra OTAN (Ucrania)-Rusia, y la salida pospandemia con incremento en los costos de logística y fletes.

Ante este cuadro intrigante, el amplio mundo de economistas y políticos debería incorporar la particularidad de la economía argentina para abordar un fenómeno al que no le encuentran la forma de domar, como queda expuesto en las cifras anuales de tasa de inflación de las últimas décadas.

La excepcionalidad del caso argentino es que se trata de una economía bimonetaria de un país de ingresos medios, ubicado en el octavo lugar en el ranking mundial de extensión territorial, con un complejo entramado industrial, una posición destacada en el mercado mundial de materias primas agropecuarias, un elogiado dispositivo científico-tecnológico, con reconocidos recursos humanos, abundante riqueza en recursos naturales y una estructura social dinámica y conflictiva.

En lugar de encerrarse en esquemas analíticos que ya se han demostrado insuficientes para explicar y accionar sobre la realidad de la inflación, el desafío es evaluar sin preconceptos qué tipo de diseño debería tener un plan de estabilización específico–si esto fuera posible- para la particular economía argentina.

Cuál es el factor poco mencionado en el debate sobre la inflación argentina

En esta instancia aparece un aspecto medular poco mencionado y que, en el transcurso de estas décadas, se ha revelado como central aunque poco abordado en el análisis del fenómeno inflacionario: la puja distributiva como base inflacionaria, además desplegada en una economía bimonetaria.

Tiene como expresión visible la disputa de agentes económicos alrededor del precio de cuatro variables distributivas: el tipo de cambio, las tarifas, la tasa de interés y el salario.

La puja distributiva está presente en cualquier economía, no es una peculiaridad de la argentina, pero sí lo es la intensidad de cómo se manifiesta.

Cuando irrumpe la discusión al interior de la coalición de gobierno acerca de la existencia de crecimiento económico pero sin una mejora sustancial en la distribución del ingreso adicional se refiere, precisamente, a la forma de resolución de la actual etapa de la puja distributiva.

Los datos duros reflejan que es cierto que en la evaluación punta a punta anual el salario privado de trabajadores formales en promedio empata, con una elevada heterogeneidad sectorial. Pero cuando la tasa de inflación tiene una tendencia ascendente, los salarios acordados en paritarias van corriendo detrás de los precios y sólo algunos logran alcanzarlos. En esta carrera, los salarios del trabajador informal quedan rezagados sin pausa en todo el período.

La intensidad del conflicto distributivo

¿Cuál puede ser la explicación acerca de este comportamiento de precios y salarios cuando hubo una economía creciendo con disminución importante del desempleo?

Una respuesta –no excluyente- que elude las consignas dominantes de unos y otros se encuentra en la resistencia del capital a ceder la porción ganada del ingreso global durante el gobierno de Mauricio Macri, cuando el salario fue podado en promedio el 20 por ciento.

La inflación en estos años, con dinamismo en la negociación paritaria al disminuir plazos y reapertura de los acuerdos, es la expresión de este tipo de puja distributiva.

Así fue también en otros períodos, aunque ahora existen además factores inerciales y presiones al alza sobre los precios básicos mencionados, además de impactos externos como una guerra o una crisis financiera internacional, que influyen en el recorrido de la tasa de inflación.

A esta altura aparece el interrogante de cómo dilucidar con este supuesto lo que sucedió durante los años de la convertibilidad, donde se registró una inflación muy baja. Esto fue así, precisamente, porque en ese período no hubo negociaciones paritarias ni aumentos de las jubilaciones. Además del tipo de cambio fijo, el salario fue el otro ancla antiinflacionario. Fueron dos anclas fortísimas.

El grado de la puja distributiva entonces fue disminuido hasta niveles mínimos con la complicidad de la mayoría de las organizaciones sindicales y, como otro factor determinante, intervino el disciplinamiento social y del mercado laboral provocado por el trauma de la doble hiperinflación (Alfonsín y Menem) y de elevadas tasas de desempleo con precariedad en los trabajos.

Cuándo empezó el último ciclo de tasas de inflación de dos dígitos anuales

Otra evidencia para medir cómo influye el grado de la puja distributiva se encuentra en el momento en que la tasa de inflación inicia el sendero ascendente al final del gobierno de Néstor Kirchner. En tres cuartas partes de su mandato la inflación fue de un dígito anual, para pasar a dos en el 2007, el último de la gestión.

¿Cuál fue el elemento que permite identificar el instante de la aceleración de precios? El salario privado formal se había recuperado a mediados de 2007 del brutal ajuste de la recesión iniciada en agosto de 1998 y estallido de la convertibilidad a fines de 2001 con una megadevaluación.

El veloz crecimiento de la economía en los años posteriores y con más fuerza a partir del 2005 permitió una rápida recomposición de los márgenes de ganancias y también del salario.

Cuando éste último alcanzó en el 2007 el nivel previo de la recesión (agosto 1998) comenzó el ciclo de tasas de inflación de dos dígitos porque hasta ese umbral el capital admitió la recomposición del salario como parte de la distribución del ingreso adicional del crecimiento económico. Desde ese punto empezaba a cuestionarse el nivel de la tasa de ganancias.

La tasa de inflación se fue avivando en los años siguientes a medida que las negociaciones paritarias adquirieron mayor envergadura con impulso de los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner. Esto último es una de las razones -no la única- de la tirria del mundo empresarial hacia ella.

Por qué el resto de los países de la región tiene poca inflación

Para evitar confusiones, existen otros factores de carácter inflacionarios (inercia, shocks negativos internos y externos, emisión y déficit fiscal sin financiamiento local y externo), pero la base se encuentra en la puja distributiva y en las variables distributivas relevantes que influyen en aquella, como el tipo de cambio y las tarifas. Esto significa que el conflicto distributivo es determinante de cualquier dinámica inflacionaria, aspecto que muchos economistas minimizan o directamente ignoran.

En este marco conceptual resulta importante evaluar, cuando se compara la economía argentina con otras, el marco histórico y político institucional en el cual se desarrollan sindicatos, gobierno y empresarios. Esto es fundamental cuando se menciona el «éxito» de economías con baja inflación como Brasil, Chile, Colombia, Perú, México, entre otros.

La principal diferencia entre la economía argentina y otras de la región es la notable diferencia de la historia de luchas políticas e intensidad y persistencia del conflicto distributivo, que aquí deriva en crisis recurrentes a través de una de las principales variables distributivas: la cotización del dólar.

Las devaluaciones bruscas han sido a lo largo de los últimos 50 años el mecanismo de resolución final que encontró el capital para inclinar la balanza del conflicto distributivo. Y cada una de estas crisis derivadas de esta puja ha acentuado el carácter bimonetario de la economía.

Abordar el problema de la inflación en una economía bimonetaria debe entonces invertir la secuencia lineal de que la escasez de dólares y el consiguiente estrangulamiento de reservas concluyen en un escenario de expectativas devaluacionistas o directamente de una fuerte devaluación y posterior shock inflacionario. Así la resolución de diferentes ciclos de pujas distributivas con devaluaciones han acentuado la economía bimonetaria.

 

La economía bimonetaria inflacionaria se reconoce en la singularidad de los persistentes conflictos distributivos y de la incapacidad de definir un esquema consensuado en la distribución del ingreso, como han logrado concretar países que padecían elevada inflación (en general, domesticando la demanda de mejora del ingreso de los trabajadores) y la redujeron con planes de estabilización que, en las actuales relaciones políticas, se presenta aquí como una quimera.

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